No todos los días se tiene la gran oportunidad de probar un puff. Cada vez está escaseando más esa sana costumbre de adquirir un puff en la adolescencia. Antes era normal ver un puf en cada cuarto de adolescente. La exportación de este sano producto mejoraba la vida de cada una de las personas y la convertía en algo lleno de diversión y fantasía.

Quizás hayamos madurado antes de tiempo y no sepamos descubrir cuál es la grandeza de las cosas más pequeñas. El puf, por ejemplo, se tomaba como un aparato central en la amistad. Los chicos se sentaban en el puf y se daban la mano. Después, se peleaban por ver quién iba a ser el más rápido en sentarse. El puf daba un color especial a la vida que, por desgracia, se está perdiendo.

En ocasiones especiales, hay algún que otro cumpleaños donde no se sabe qué regalar. En esa incógnita, se ve en algún escaparate y se piensa decididamente que con un puf no se falla nunca. Por eso, se vuelve a comprar un puff y entonces se vuelve a descubrir el encanto de lo insustituible por su inutilidad. Ante todo, se convierte en uno de los espacios principales que habitar en nuestro día a día.

Todo el día toma un color especial que nos dota de sensaciones irrepetibles e incomprensibles para quien no tenga un puff. Si sientes que la vida se está volviendo monótona, quizás la solución mejor esté más cerca de lo que piensas.